lunes, 4 de octubre de 2010

REQUIEM POR TONY CURTIS: EL ESTRANGULADOR DE BOSTON

TONY CURTIS (R.I.P. 1925/2010)
nadie es perfecto...
Mi más sincero pésame al cine. Desaparece otro mito del cine clásico, un actor que me alegró la vida en titulos consagrados como Los Vikingos, Espartaco, El Gran Houdini o en disparatadas comedias que son hoy herencia de toda la humanindad como el caso de Con Faldas y a lo loco... También me gustó mucho bajo las ordenes del -a reivindicar- Alexander Mckendrick en "Chantage en Broadway" o la encantadora "No hagan olas". Ese fue siempre su rostro en el cine, el de galán -simpático y mujeriego-, y así será recordado. Amén por buen actor, qué lo era. Como demostraría bajo la tutela del loable Richard Fleischer en la magnífica EL ESTRANGULADOR DE BOSTON (1968), en la que el conocido padre de "la reina del grito carpentiana" Jamie Lee Curtis conseguiría romper con su trivial imagen anterior, merced a una portentosa interpretación de su personaje. Basada en un serial killer real. Un maníaco sexual esquizofrénico de nombre Albert De Salvo, que entre Junio de 1962 y enero de 1964 estrangularía violentamente hasta 11 mujeres de edades muy diversas. El pirado lograba despertar la confianza de sus solitarias victimas haciéndose pasar por vendedor, fontanero, médico o cualquier otra profesión a domicilio, es de suponer, dado que ninguna de las entradas a los apartamentos habían sido forzadas (Lo que no cuenta la pelicula es la rocambolesca investigación y la resolución final del caso De Salvo, que acabaría muerto en su celda apuñalado por otro preso en 1973). De vuelta al film, resaltar la la ternura y la ambigüedad con la que es retratado el personaje de Curtis por parte del virtuoso Fleischer. El tramo final de la misma está rodado con inusitada fuerza (el interrogatorio al que es sometido por parte de el policía que interpreta Henry Fonda; el plano final del asesino perdido entre colores blancos de su camisa de fuerza,...) y expresa de forma más que convincente -para nada artificiosa- el tormento de un hombre corriente enfrentado a su infierno interior. Estado para el que no existe terápia alguna.

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