sábado, 15 de agosto de 2015
TUMBAdocuMENTAL: "RED ARMY" (Gabe Polsky, 2014)
Para los menos puestos en deportes de invierno apuntar que Viacheslav Fetisov fue al hockey sobre hielo lo que Lionel Messi es y será al deporte del balompié. Los putos amos, que diantres. Demostrado. Superdotados que consiguen elevar el nivel de un juego en equipo a su máxima expresión y belleza artística. Líderes individualistas tocados por la varita que entrarán a formar parte de la historia universal haciendo lo que más les gusta, presos de su enorme talento, eso sí, pero condecorados de las rendidas miradas de admiración y envidia del mundo entero. Fetisov (en la foto el primero arriba por la derecha) es quien lleva la voz cantante en este apasionante documental. El niño mimado del régimen. Como si tal cosa, habla del pasado de su aquel "otro país" desde su actual puesto de directivo de la federación rusa de deportes (puesto allí por Putin, claro) y se presiente que en todo este tiempo el otrora capitán del Red Army no ha perdido ni una sola gota de su ego. Todo un fenómeno político-social, antes y después. Elocuente teatro. Cine en estado puro. El ruso formaba parte del hermanado, temible e imbatido "Equipo Rojo", la selección nacional de la antigua Unión Soviética que dominó -stick en mano- el mundo del hockey hielo durante la década final de la Guerra Fría, los años 80. Un equipo de leyenda. Sangre de un pueblo, sí. Pero que tiene detrás de sus protagonistas toda una historia digna de película... De película de terror, que apuntaría un demócrata. No hace falta inventarse nada. Las imágenes hablan por si solas: El lavado de cerebro, la propaganda comunista, la obediencia ciega, la metódica maquinaria del poder de Estado, la tortura sistemática de mente, cuerpo y alma del individuo, la vigilante sombra de la K.G.B., la ignorancia, el miedo a la derrota... Siberia estaba a la vuelta de la esquina si no traías el oro del pueblo soviético colgado del cuello. Que mejor desertar siendo una estrella pensarían muchos traidores. Todos acabarían pagando de una u otra manera. Un Muro terminaría cediendo. Y hoy se nos permite saber un tercio de toda aquella silenciosa contienda. Gracias. Y por favor, si aman el cine histórico no se pierdan la descomunal Red Army. No se arrepentirán.
Lo mejor: Hay toda una historia sin rodar en el personaje de Anatoli Tarasov.
miércoles, 5 de agosto de 2015
Aubrey Morris. RÉQUIEM POR EL HISTRIONISMO TELURICO
Aubrey Morris (1926-2015) no era una estrella de cine. Su nombre ni siquiera figura entre los secundarios más reconocibles o emblemáticos de la pequeña o gran pantalla. El aquí despedido, "simplemente" fue un más que eficaz actor de reparto. Y a mucha honra. Todo un profesional de los escenarios. Al consumidor de lecturas tumberinas no hará falta recordarle los títulos con los que Morris dio rienda suelta a su histriónismo de escuela británica. Sin duda el papel más popular, el Deltoid de La Naranja Mecánica (Kubrick, 1971). Pero sus antecedentes no terminan ahí. Frecuente en el West End londinense, e incluso en Broadway, dejaría los textos de altura de Shakespeare para otros. Así, son varios y frecuentes sus saltos de género en género, de extravagancia en extravagancia. De la comedia excéntrica de Mel Brooks (El hermano más listo de Sherlock Holmes, 1975) o Ken Rusell (Lisztomaia, 1975) pasó al humor más físico del primer Woody Allen (La última noche de Boris Grushenko, 1975). Del otrora glorioso cine de miedo de la Hammer (La sangre en la tumba de la momia; Seth Holt, 1971) acabaría por intervenir en uno de los títulos más emblemáticos del género de ciencia ficción: Fuerza Vital (Tobe Hooper, 1985). Antes había dejado su humilde huella en otro film de culto tumbero: The Wicker Man (1973). Al margen de todas esas colaboraciones en películas que hoy son referentes para muchos de nosotros, también pudimos disfrutarlo como el Harry Dix de Si hoy es martes, esto es Bélgica (1969), comedia turística de Mel Stuart perdida en el limbo del olvido en la que Morris dejó tras de sí una de sus mejores actuaciones; la marca de un método. Así recordaremos al currante de La llamada del espacio (John Gilling, 1965), con gratitud y respeto. Sí señor. Todo un lince en el arte de construir personajes al borde de la caricatura. Historia(s) de la cripta. Descanse en paz.