-Suspendido en el tiempo, el táxi de Travis me lleva esta vez a la calle 74, oeste 230, a otro de esos lugares míticos e inimaginables que solo la maravillosa ciudad de Nueva York podía ofrecerme: "EL Retiro de Platón".
Los bajos del Hotel Ansonia acogen el famoso nightclub creado por el judío Larry Levenson y su panda de amiguetes. Un templo del amor y el sexo en pareja (swing) donde espero revolcarme y compartir sudor con cientos de personas tan lujuriosas, viciosas, desenfrenadas y alocadas como yo; conocer gentes venidas de todas partes del país, y de lugares tan distantes como París o Tokio; podré relajarme sumergiendo mi "periscopio" en la piscina de dimensiones olímpicas, bailar desnudo en la pista disco o beber, comer y tal vez drogarme en el bar mientras contemplo cine sucio en alguna de sus múltiples salas ("El salón del Colchón" ideal para coger las molestas ladillas, y demás salas por el estilo).
EL paraíso de la carne.
Hay colas dando vuelta a la esquina. Espero que hoy no sea el día de los hijos (ideado por Larry para restar importancia al Retiro) y sí la noche que me tropiece con alguna estrella como Sammy Davis Jr (y esposa), Richard Dreyfuss (sin su esposa), cualquiera del famoso elenco de actores del programa humorístico Saturday Night Live (podría volver a ver con vida al genial John Belushi), y me vea codeando con estrellas del deporte americano, modelos, actores porno, senadores, abogados, jueces, profesores (y alumnos), periodistas, y puede que algún ministro por no decir algún turista japonés para ponerle más exotismo al asunto.
El Sida y lo que es peor el mandato Reagan aún estaba por llegar. El idílico lugar que reunía tanto a gordos, feos, flacuchos, amantes de clase obrera, pichaflojas y voyeurs con la crème de la crème de la alta sociedad neoyorquina, acabaría de forma triste como cabría esperar de todo sueño utópico. Impuestos y sobre todo un problema de ¡¡celos!! hicieron que Larry el "Rey del Swing" diera con sus huesos en la cárcel, a pesar según dicen que el bueno de Larry nunca tuvo un duro (aunque siempre la tenía dura).