jueves, 2 de octubre de 2008

NEW YORK CITY: CONEY ISLAND, DEL ESPLENDOR... A LA TOMADURA DE PELO.

Vuelvo a subirme una vez más, en el táxi de Travis. Dirección Coney Island, al sureste de Nueva York, mítico enclave considerado el vertedero moral de la megalópolis por excelencia. Su accidentada historia así lo atestigua. Durante muchos años su paseo marítimo, con sus freakshows, sus locales de apuestas, sus carreras de caballos y sus burdeles convertían Coney Island en una ciudad sin ley (¡hasta 1868, no había policía!) regida por sus propias leyes y por políticos corruptos. De destino veraniego de lujo frecuentado por la élite... a hervidero de pecado y diversión donde los visitantes eran timados sin misericordia. El "truco", el "fraude"... todos querían sacar tajada de esta Sodoma de bolsillo. Así el excéntrico empresario de espectáculos Samuel W. Gumpertz (que había trabajado en el circo de Buffalo Bill y había sido el primer representante de Houdini) emprendió en 1904, con el arte del freak-show, la edad dorada de Coney Island; El primer parque temático de la historia. El templo sagrado del espectáculo. El Pasado Glorioso. Dreamland. El tal Gumpertz (entre 1905 y 1929) recorrió el planeta a lo largo y ancho para encontrar esos fenómenos con los que asombrar y dejar pasmados a los miles de atónitos que acudieran a su centro de operaciones, el concurridísimo parque de atracciones Dreamland. En ese largo período de años introdujo (para asombro del departamento de inmigración) 3.800 individuos pintorescos reclutados en los más remotos puntos del globo terráqueo. Entre ellos 212 bantocs de Filipinas -especialistas en lanzamiento de dardos envenenados-, 18 jinetes argelinos, 19 hombres salvajes de Borneo, 125 guerreros somalíes practicantes de la automutilación ritual y hasta mujeres de distintas tribus que ensanchan sus labios -con piezas de madera-, o sus cuellos -con anillos-. Menudas expediciones se montaba el tío... plantas, animales, utensilios, antiguedades y demás parafernalia viajaban (imagínate, ¡eran los días de Willie Fog!..) con destino New York. Pero la joya de la corona de este pequeño imperio sin parangón fue sin lugar a dudas la construcción de una ciudad a escala diminuta (para gloria y honra de todos los enanitos del mundo) de nombre LILLIPUTIA. Dicha ciudad en miniatura reproducía meticulosamente el aspecto de Nurember en el siglo XV, contaba con 300 ciudadanos enanos y tenía su propio parlamento. El cuerpo de bomberos de Lilliputia realizaba ¡¡cada hora!! un simulacro de incendio para deleite de los visitantes. Todo estaba cuidado hasta el último detalle: cada hogar tenía su propio cuarto de baño a escala, tenían un establo de ponys, un teatro de enanos, un corral con minúsculas gallinas Bantam y un buen número de lavanderías regentadas por ¡¡ enanos chinos !!. Contaban incluso con su propia versión de la aristocrácia en las figuras del conde y la condesa Magri. En un espectáculo sin parangón Gumpertz había organizado periódicos paseos de gigantes por la ciudad para que el público pudiese darse cuenta de hasta qué punto eran pequeños los pequeños habitantes de Lilliputia. Cuando Dreamland cerraba sus puertas, los enanos vivían lujosamente en comuna sumergidos en la ilusión de contar por fin, con un mundo a su medida. Otra de las muchas atracciones que podían verse en Dreamland eran las ¡¡ reconstrucciones de catástrofes !! (precedente lejano de esas pelis de catástrofes que hoy dia tan en voga están). La inundación de la ciudad tejana de Galveston, la erupción del volcán Pelee de la isla de Martinica, el terremoto de San Francisco, la caída de Pompeya... En Dreamland contrajeron matrimonio La Chica Mono y el Chico Cocodrilo. Sufrió martirio La Fuente Humana (lanzaba agua a través de sus dedos y sus tobillos, simulados por pequeños tubos que introducía bajo su piel), o murió el Hombre Azul, que sacó provecho de la desconcertante pigmentación de su piel provocada por las dosis de nitrato de hierro que ingería. Actualmente Coney Island parece una ciudad fantasma, una tomadura de pelo. Chiringuitos sin clientes, casetas de tiro con las persianas bajadas, un Tren del Terror al que da mil vueltas cualquiera de los que abundan en nuestras ferias itinerantes, sucios carteles que prometen "Lo más... de lo más" y asombran por su ridiculez. Nada queda de aquella ciudad mágica salvo la espectacular Wonder Wheel, una inmensa noria que aún conserva buena parte de su añejo encanto. Para la redacción de este retrato he contado con la inestimable ayuda del genial Jordi Costa (leer Mondo Bulldog). Las gracias a él.

3 comentarios:

kaiserxoze dijo...

Ni puta idea oiga, todo lo que cuentas en la entrada es nuevo para mí. La imagen que yo tenía de Coney Island es la que comentas al final y no es otra que la de la soledad y el abandono más absluto. Datos,datos, nunca es suficiente, quiero más. Gracias tío.

Homo Insanus dijo...

jajjajaj, qué bueno lo de la ciudad enana a escala. Me recuerda al mal rollo que da los primeros veinte minutos de "Willow", XDD.

Saludos.

Ajax dijo...

"hemos estado luchando toda la noche para volver a esto??" (mas o menos es asi)
lo dice swan en la peli "the warriors" refiriendose a coney island

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